APOCALIPSIS. NOTICIA DE SARDIS, SIMON KISTEMAKER.

 

SARDÍS VISTA DESDE EL VALLE. WIKIPEDIA

COMENTARIO A APOCALIPSIS 3:1–6 La ciudad de Sardis. PFD pág. 130 a 132.

La ciudad de Sardis (la actual Sart) estaba situada aproximadamente a cuarenta y ocho kilómetros al sureste de Tiatira ya ochenta al este de Esmirna. El plural Sardis se refiere, primero, a la ciudad como fortaleza en lo alto de un promontorio, y luego, a la próspera ciudad comercial, de productos agrícolas y de una industria conectada situada en la parte llana del valle inferior. Situada en una franja elevada y angosta, la fortaleza era invencible desde el punto de vista militar. Sólo era posible llegar a la ciudad desde el sur, a lo largo de esta franja angosta y elevada que terminaba en el promontorio sobre el que se había construido la fortaleza.

Precipicios pronunciados protegían a la ciudad de manera que no se podía escalar. Debido a sus fuertes defensas, Sardis se convirtió en capital de Lidia, pero su ubicación impidió que se expandiera y la obligó a seguir siendo pequeña. Dependía por completo del fértil valle que la circundaba para todas las necesidades de la vida, y los productos había que transportarlos hasta la ciudad.

La segunda ciudad estaba situada en el valle a unos quinientos metros más abajo. Muchas personas se calcularon en ella: agricultores que cultivaban y vendían sus productos; operarios en la industria de la lana; y mercaderes que compraban y vendían mercancías. Estas personas necesitaban un espacio donde vivir y trabajar. En épocas de paz florecían a lo largo de las rutas comerciales que cruzaban de norte a sur y de este a oeste en las provincias de Lidia y Asia. Sardis ocupaba el centro de estas rutas, lo cual incrementaba su riqueza.

El nombre Creso, rey de Lidia (560–546 aC), forma parte de la historia de la ciudad. Todo lo que tocaba, según la leyenda, se convertía en oro. Incluso la naturaleza misma ayudó a Sardis, porque Herodoto escribe acerca del río Pactolus que cruza la ciudad: «El río que desciende del Monte Tmolus y que le trae a Sardis cantidades de polvo de oro, cruza directamente el mercado de la ciudad».1 Lo que  suministraba pronto se agotó, ciertamente antes de que los romanos ocuparan la zona. Pero Creso utilizó la riqueza para extender su influencia, que llegó muy al oriente de Sardis.

En una batalla contra Ciro de Persia confió en un oráculo que le dio la sacerdotisa de Delfos: «Si atraviesas el río Halys, destruirás un gran imperio».2 Con su ejército cruzó este río y destruyó no el imperio persa sino el suyo propio.  Creso pensó que iba a estar a salvo en Sardis, su inexpugnable fortaleza. No creyó que Ciro fuera a perseguirlo, y por ello no movilizó a sus fuerzas. Cuando el ejército persa llegó a Sardis, Creso decidió esperar, al creer que nadie podría escalar los muros casi verticales del promontorio. Pero cuando a uno de sus hombres por accidente se le cayó su yelmo por uno de los muros y bajó a buscarlo, sin darse cuenta demostró que se podía escalar los muros. Por la noche, las persas escalaron los muros, no encontraron oposición, y se apoderaron de la ciudad.

Debido al descubrimiento de un soldado ya no haber tratado de custodia los muros, Creso perdió la guerra.

Cuando las personas no toman en cuenta su historia, repiten los errores del pasado. En el siglo tercero antes de Cristo, Antíoco el grande de Siria envió a sus ejércitos contra Sardis (214 aC). Sus soldados escalaron los desprotegidos muros de la ciudad y se apoderaron de ella en forma muy parecida a como lo habían hecho los persas en el 546 aC.

Por esto, cuando Jesús dijo a los creyentes en Sardis, «¡Está alerta!» (v. 2), oyeron un eco de su propio pasado que dio más fuerza a dicha advertencia. Antíoco el grande hizo que unas dos mil familias judías emigraran desde Mesopotamia hasta Lidia y Frigia en Asia Menor. Los judíos se publicaron en muchas de las ciudades, incluyendo a Sardis, donde la investigación arqueológica ha demostrado que era conocida la lengua aramea. Josefo escribe que los judíos en Sardis disfrutaban de ciertos privilegios, como tener ciudadanía y ocupar posiciones importantes como miembros del consejo citadino.

Las excavaciones realizadas en el área han puesto al descubierto una sinagoga bastante grande, que se remonta al siglo tercero de la era cristiana. Debe admitirse que unos restos del siglo tercero no demuestran que los judíos estuvieron en Sardis en el siglo primero, pero sí sugiere que algunos judíos quizás vivieron ahí durante algún tiempo antes de esto y que eran ricos, influyentes y suficientemente numerosos para poder construir estos edificios de la sinagoga.

Todavía hay más. Jesús menciona que unas pocas personas en Sardis no han manchado sus ropas (v.4). Esto quiere decir que estos pocos se mantuvieron incólumes frente a influencias externas y que no se adaptaron a las prácticas religiosas de su tiempo.

Si bien las dos cartas a las iglesias de Esmirna y Filadelfia mencionan «la sinagoga de Satanás» ya personas que «dicen que son judíos pero no lo son» (2:9; 3:9), Sardis no sufrió oposición de parte de judíos. El evangelio que los cristianos locales proclamaban y aplicaban era demasiado débil para que resultara ofensivo para los judíos. Asimismo, los templos paganos dedicados a Cibeles, Zeus Lidios, Heracles y Dionisio influyeron en la religión de las personas.

Una vez más, la clase de evangelio que los habitantes de Sardis oían de los cristianos no significaba ninguna amenaza para las religiones paganas.

Los romanos conquistaron Sardis en 189 aC y la ciudad sufrió un devastador terremoto en el 17 dC, pero el emperador Tiberio perdonó a la ciudad el pago de impuestos por cinco años. Durante esos años los ciudadanos reconstruyeron Sardis para restaurarla a su antiguo esplendor. Los judíos enviaban regularmente dinero a Jerusalén para el mantenimiento del templo. Josefo menciona que se dirigieron al gobierno de la ciudad acerca de la decisión del César de no impedirles recolectar el tributo para el templo y enviarlo a Jerusalén.

De las siete iglesias, Sardis era una de las más débiles en cuanto a fervor religioso. Al acomodarse a su entorno religioso la iglesia quedó protegida de toda persecución, porque casi nadie se daba cuenta de que existía. Su estilo de vida inofensivo conducía a paz religiosa con el mundo pero también a muerte espiritual a los ojos de Dios. Con excepción de unos pocos miembros fieles que siguieron alimentando el fuego del evangelio, la iglesia misma iba extinguiéndose poco a poco, como fuego que carece de combustible y de aire. Pero entre las humeantes cenizas había unas pocas brasas.



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